LA
OBRA DE AGUILAR. Por Guillermo Monsanto
Guatemala
posee un nutrido número de artistas que se expresan tomando como medio
principal a la pintura (y con ella todos los recursos que esta técnica les
pueda ofrecer). Establecidos como creadores,
pero moviéndose en espacios alternativos, estos autores rara vez se acercan a
las galerías de arte para exhibir su trabajo a pesar de que su producto posee
las características para hacerlo.
Muchos
de estos pintores lucen, vistos desde fuera, como científicos debido a que fuerzan
la búsqueda constantemente para llegar a nuevos encuentros. Propositivos e investigadores, los
fundamentos de lo que proponen muchas veces termina cuestionando lo establecido,
desde posiciones formales (buen manejo del dibujo, el color y la composición),
para señalar claramente que lo que está de moda podría no ser arte. De allí que muchos de ellos vivan en una
periferia que podría no hacerlos visibles.
Juan
Carlos Aguilar es un autor que podría encajar en este perfil. Su trabajo aparece y desaparece de los
centros de difusión en un ejercicio de autogestión un tanto subversivo. Muchas veces ni siquiera está enmarcado,
otras es fruto de ejercicios coloreados con sapiencia sobre papel De ser así, no se puede afirmar con certeza,
este se mercadea dentro de un mercado sumergido que se escapa a los registros
tradicionales. Siendo material se vuelve
invisible.
Lo
que le conozco refleja entendimiento de medios.
Por un lado la ejecución de sus referentes, unas veces mitológicos
otras, producto de una exacerbada imaginación la cual domeña y atrapa en un
formato en el que armoniza formas de diversa génesis. Unas veces inquietantes, otras un tanto futuristas. En su trabajo pesa el dibujo. De hecho algunos de sus trabajos bien podrían
considerarse estandartes o parte de retablos fantásticos. La obra de Juan Carlos pertenece a un
imaginario universal cuyos escenarios dejan de ser de la comunidad desde la
visión particular de su autor.
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