LABERINTOS - Rodrigo Santa Cruz Anchissi


 El diccionario de la Real Academia posee muchas acepciones para la palabra laberinto.  De ellas la que más justicia le hace a la exposición homónima de Rodrigo Santa Cruz Anchissi es la que define a estos galimatías como una composición poética hecha de manera que los versos puedan leerse al derecho y al revés y de otras maneras sin que dejen de formar cadencia y sentido.  Las demás podrían alejarse de la visión creativa de Santa Cruz en cuanto que sus obras no poseen nada tendiente a confundir a quien queda atrapado dentro de lo que expone.
 
En una pequeña entrevista indagatoria indicó que su búsqueda constante gira torno a encontrarse y tratar de ser feliz.  En mi opinión parte de ese bienestar surge de un orden patente, incluso, dentro de su producción artística.  Considera que él es alguien que busca la normalidad, pero finalmente ¿qué es la normalidad?  Para Santa Cruz pareciera emerger de la idea de procedimientos, muchas veces minuciosos, cuyos métodos parten de una observación que se transforma en idea que luego materializa visualmente.  De alguna forma, los resultados redundan en el campo conceptual pero no se alejan del objeto tridimensional concreto. 
 
Su trabajo luce limpio, ordenado y metódico.  Es una secuencia de diálogos personales cuyo proceso se inicia ya en una canción, bien en una lectura o en algo que captó su atención y se quedó rondando en el departamento de ideas que posee en su cerebro.  En su obra cabe hablar de creatividad.  Depuración que va más allá de lo obvio.  De lo que se tiene en frente.
 
La colección que presenta en El Attico posee, en su ritmo, connotaciones relativas a lo musical y lo matemático.  Curioso porque él siempre fue malo en matemáticas.  Es ponderada y al mismo tiempo mesurada en cuanto al exceso de información y elementos; crea con lo justo. Cuenta la síntesis de formas que para muchos podrían ser cotidianas pero que, poseen un valor iconográfico del que se apropia para transformarlo en otro tipo de estética.  Sus laberintos, entonces, multiplican imaginarios que poseen un valor simbólico más allá de la obviedad.  He allí el origen de su encanto.  Como objetos artísticos responden por sí mismos al espectador sin necesidad de un manifiesto, tan de moda, que los explique.  Esenciales en su sencillez, manifiestan ideas correspondientes a su tiempo.
 
Guillermo Monsanto.

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